3 Octubre 2007
Bullshit y El Gato Viejo (1 de 2)
Me siento afortunado de tener como buena vecina a una mujer que, como yo, intenta llevar a delante una tienda. En su caso es una librería
pequeña y muy especializada en un tema que ahora no viene al caso. Es una
muchacha encantadora y simpática, reservada, pero de conversación amena.
Periódicamente nos visitamos y charlamos, y ella siempre tiene la delicadeza de
regalarme un ejemplar de una revista que edita, junto con más colaboradores.
Cada dos o tres meses, pasa por mi tienda y me encarga
presupuestos de pantalones, chaquetas o camisas de cuero a medida, para ella
misma o para amigos a los que quiere hacer un regalo.
El último de esos posibles regalos era una corbata de cuero negro,
estrecha y con un pespunte de hilo blanco en su centro y a todo lo largo, dijo
que era para una amiga. Las mujeres están muy hermosas y sexis cuando se visten
de hombre, y si además es con cuero negro todavía mejor.
La cuestión importante, sin embargo, es que ninguno de estos “regalos” o encargos
ha llegado a materializarse. Nunca.
¿Será que soy caro?, no, si lo fuera no insistiría y además a ella
casi se lo vendo al coste. No soy caro. Al mismo tiempo, después de cada
consulta y después también de recibir mi presupuesto, no responde nunca, ni sí,
ni no. No responde nada a no ser que yo pregunte. Ya no lo hago, pero al
principio sí preguntaba. Entonces sus palabras eran evasivas, dilatorias y
vagas, posponiéndolo todo a una futura respuesta que nunca se producía. Ahora
me limito a escuchar lo que quiere, la atiendo lo mejor que sé, le enseño
calidades, colores y le hago el presupuesto, que ella recibe contenta y
agradecida, prometiéndome siempre que en pocos días me dará una respuesta. La
respuesta nunca se produce, ni yo la espero ya.
Esta es una circunstancia un poco fastidiosa, pero inocente. Nadie
resulta dañado, ni poco ni mucho. Sin embargo, eso no es óbice para que
llamemos a las cosas por su nombre, y a eso se le llama “bullshit”.
A eso y a otras cosas.
Harry G. Frankfut, uno de los moralistas norteamericanos más
importantes, tiene un librito delicioso titulado así, “On Bullshit”. Su lectura es
recomendable, instructiva y muy amena.
La traducción correcta a nuestra lengua de Bullshit es “charlatanería”. Frankfurt
casi identifica eso que él llama “charlatanería” con “paparrucha”, en inglés “humburg”, y con la definición que
de esta última hace Max Black en, “The
prevalence of humburg”.
De ella dice Black:
“Paparrucha: tergiversación engañosa próxima
a la mentira, especialmente mediante palabras o acciones pretenciosas, de las
ideas, los sentimientos o las actitudes de alguien.”
Nosotros pensamos que se debería tener en cuenta la palabra patraña, aunque ésta,
quizás, esté demasiado cercana a la mentira y a la invención fabulosa.
Frankfurt advierte la importancia clave de que cuando alguien
tergiversa cualquier cosa, ha de estar forzosamente tergiversando también su
propio estado de ánimo.
Él dice: “Es posible
por supuesto, que uno tergiverse solamente eso (por ejemplo, fingiendo que
tiene un deseo o un sentimiento que realmente no tiene)” Y continúa
diciendo que en el supuesto de una mentira o de cualquier otra tergiversación,
lo está haciendo de dos cosas al mismo tiempo, la cosa en sí tergiversada y su
estado de ánimo.
Para profundizar en su “investigación” Frankfurt recurre a
Wittgenstein (como casi todo el mundo) cuando éste cita un poema de Longfellow:
In the
elder days of art
Builders wrought with greatest care
Each minute and unsee part,
For the Gods are everywhere.
Builders wrought with greatest care
Each minute and unsee part,
For the Gods are everywhere.
La cita es muy pertinente al querer resaltar el trabajo mal
realizado y descuidado como análogo a la charlatanería. Ella es poco exigente,
nos dice, y no busca la perfección. Es zafia.
En España tenemos un libro muy interesante de Oscar Tusquets “Dios lo ve”, dedicado
precisamente al trabajo bien hecho.
Frankfurt nos recuerda que la palabra shit (mierda), de bullshit, no es precisamente un producto de
diseño, es algo expelido, expulsado, echado y filtrado, limpio de alimento. El
charlatán es un lanzador de mierda, en el sentido de desprenderse de algo. Un
enunciado al que le ha quitado la verdad. Su actitud es laxa, desaliñada.
Wittgenstein fue una persona muy especial en su lucha contra el sin sentido, nos señala
Frankfurt. Un caso extremo, muy extremo, es la anécdota que su amiga Fania
Pascal relata en: “Wittgenstein:
A Personal Memoir”: “Me acababan de extirpar las amigadlas y me hallaba en el Evelyn
Nursing Home con el ánimo por los suelos. Entonces llamó Wittgenstein. Yo
gruñí: “Estoy como un perro al que acaban de atropellar”. Él respondió con
fastidio: “Tú no tienes ni idea de cómo se siente un perro atropellado””.
Indudablemente Wittgenstein era un bromista sin sentido del humor, algo siempre muy penoso y desagradable. Él no sabe entender que su amiga únicamente trata de hacer una hipérbole, una simple metáfora. También pensamos que Frankfurt habría de haber elegido un ejemplo mejor, más ajustado a lo que él trata de dilucidar y explicarnos. Pero elige ése, invitándonos casi, a utilizarlo solamente como ejercicio retórico, y a olvidarnos de la nula capacidad que Wittgenstein manifiesta para interpretar una simple figura poética.
Indudablemente Wittgenstein era un bromista sin sentido del humor, algo siempre muy penoso y desagradable. Él no sabe entender que su amiga únicamente trata de hacer una hipérbole, una simple metáfora. También pensamos que Frankfurt habría de haber elegido un ejemplo mejor, más ajustado a lo que él trata de dilucidar y explicarnos. Pero elige ése, invitándonos casi, a utilizarlo solamente como ejercicio retórico, y a olvidarnos de la nula capacidad que Wittgenstein manifiesta para interpretar una simple figura poética.
Así lo haremos, seguiremos el juego del señor Frankfurt, y
señalaremos de pasada una obviedad, que la inteligencia es un prisma con
múltiples caras y Wittgenstein es una buena prueba de ello, le falla una de las
caras.
Así pues, para lo que hace al caso y según Frankfurt. “la cuestión es más bien que, hasta donde
Wittgenstein puede ver, Pascal ofrece una descripción de un cierto estado de
cosas sin atenerse verdaderamente a las exigencias que impone la empresa de
brindar una adecuada representación de la realidad. Su falta no estriba en que
no logre presentar las cosas correctamente, sino que ni siquiera lo intenta”.
“A ella no le interesa el valor veritativo, es ajena a todo interés por la verdad, por eso no considera que esté mintiendo; pues ella no presume de conocer la verdad y su afirmación no se basa ni en la creencia de que es verdadera como correspondería a la mentira”.
“A ella no le interesa el valor veritativo, es ajena a todo interés por la verdad, por eso no considera que esté mintiendo; pues ella no presume de conocer la verdad y su afirmación no se basa ni en la creencia de que es verdadera como correspondería a la mentira”.
“Es precisamente esa ausencia de interés por la verdad –esa
indiferencia ante el modo de ser de las cosas- lo que yo considero la esencia
de la charlatanería”, Dice
Frankfurt.
También nos señala muy acertadamente, que cuando se miente de una
manera eficaz, el mentiroso debe necesariamente conocer la verdad. En cambio el
charlatán no miente respecto a los hechos y sí sobre su propósito, tergiversa
su intención. Para el charlatán, la verdad no tiene importancia, ni siquiera
sabe qué es, prescinde de ella y de “cómo son
realmente las cosas de las que habla”.
“Es imposible mentir si uno no cree conocer la verdad. Producir
charlatanería no requiere semejante convicción. Una persona que miente está
respondiendo a la verdad y en ese sentido, es respetuosa con ella”. Pero el charlatán, “No rechaza la autoridad de la verdad, ni se
opone a ella. No le presta ninguna atención en absoluto. Por ello la
charlatanería es peor enemigo de la verdad que la mentira”
Frankfurt concluye que la charlatanería aparece inevitablemente
siempre que se exige a alguien a hablar de lo que desconoce. Y yo añadiría que
es así y que esa es la razón por la que todos somos algo charlatanes cuando
hablamos de nosotros mismos. La tentación de mentir, charlatanear y farolear
sobre nosotros es grande, pues tal vez es la única cosa que podemos hacer
respecto a nosotros mismos.
Aquí hemos introducido un concepto nuevo, “farolear”, más cercana a
la charlatanería que a la mentira, al haber en ella un propósito de
falsificación más que de falsedad. Frankfurt distingue ambas cosas cuando
afirma que una falsificación no tiene que ser necesariamente inferior a la cosa
real. La mentira sí lo es. Lo que no es auténtico no tiene por qué que ser
defectuoso, nos viene a decir Frankfurt.
Llegados a este punto uno no puede evitar hacer un elogio de la
prostituta y del tahúr. Ambos son charlatanes, aunque los beneficios o
desgracias que nos pueden aportar cada uno son bien distintos.
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