4 Octubre 2007
Bullshit y El Gato viejo (y 2)
De momento dejaremos a las prostitutas tranquilas y nos
centraremos en el tahúr.
Y de esa forma aprovecharemos de paso, para hablar de otro
delicioso libro, llamado “La ciudad de
las patrañas” del director de teatro y de cine norteamericano David
Mamet, y más concretamente de su primer capítulo. “Joyas de la biblioteca de un jugador”.
En 1.987 Mamet dirigió una muy buena película titulada, “The House of Games”,
interpretada por Lindsay Crouse y Joe Mantenga. Ella interpreta a una psiquiatra
que se ve atrapada, casi por propia voluntad, en las redes de unos estafadores
y jugadores de ventaja.
El mismo David Mamet nos cuenta de él una pregunta aparentemente
insignificante que su padre le formuló, al anunciarle una tarde, que iba a
jugar a las cartas.
“¿Todavía juegas?”, le preguntó. ¿Tenía esa pregunta algún significado escondido?
Mamet se responde y nos indica que: “Lo que mi
padre quiso decir fue lo siguiente: ¿Todavía necesitas las restricciones
artificiales de un juego de reglas fijas? ¿Todavía necesitas un campo
delimitado, y no te das cuentan de que el Juego tiene lugar constantemente a tu
alrededor?”
Así pues, hemos de saber determinadas cosas sobre la realidad de
la vida que las cartas nos pueden enseñar para poder salir, más o menos, bien
librados de ella. Mamet hace una muy buena relación de consejos, avisos y
anécdotas.
Empezaremos recordando que Ricky Jay, uno de sus actores
preferidos, en su libro, “Las cartas
como armas”, nos advierte que: “Las artes
marciales siempre han insistido en el control espiritual basado en la destreza
física y mental: Los juegos de cartas se prestan maravillosamente bien a este
proceso”.
Continuaremos con los hermanos Bert y Bart Maverick y leeremos en su libro de título poco original, “El póquer según los Maverick”, una buena anécdota: “Un forastero entra en una partida de póquer y liga una escalera de color. Apuesta y pone todo su dinero en la mesa. Su adversario enseña un dos, un cuatro, un siete, un nueve y una sota de distintos palos y empieza a arramblar con el dinero. Nuestro amigo, incrédulo, señala su escalera de color y protesta. El otro señala un letrero en la pared que dice ‘2-4-7-9-sota hacen un Gato Viejo. El Gato viejo gana a todo.’”
Continuaremos con los hermanos Bert y Bart Maverick y leeremos en su libro de título poco original, “El póquer según los Maverick”, una buena anécdota: “Un forastero entra en una partida de póquer y liga una escalera de color. Apuesta y pone todo su dinero en la mesa. Su adversario enseña un dos, un cuatro, un siete, un nueve y una sota de distintos palos y empieza a arramblar con el dinero. Nuestro amigo, incrédulo, señala su escalera de color y protesta. El otro señala un letrero en la pared que dice ‘2-4-7-9-sota hacen un Gato Viejo. El Gato viejo gana a todo.’”
La conclusión de los hermanos Maverick es la siguiente:
1) “Hay que conocer las reglas.
2) Cuando algo es demasiado bueno para ser cierto es que no es cierto.
2) Cuando algo es demasiado bueno para ser cierto es que no es cierto.
3)Cuando juegas el juego de otro lo más seguro es que acabes
pagándole.”
Son buenos consejos, sin duda, y también lo son los que nos regala
Herbert Yardley en, “La
educación de un jugador de póquer”, cuando afirma sin pestañear
que:
A) “Si no tienes nada, retírate.
B) Si te van a ganar, retírate.
C) Si tienesla Mejor Jugada , hazles
pagar.”
B) Si te van a ganar, retírate.
C) Si tienes
Naturalmente, para que todo ello sirva de algo hemos de ser
conscientes para qué estamos jugando. Y eso nos lo recuerda Frank Wallace en, “Conceptos avanzados del póquer”.
El señor Wallace deja bien claro que: “El objetivo del juego es ganar dinero. El buen jugador ha de
querer ganar “Todo el dinero”, y que para logarlo debe: “Aprovechar cualquier ventaja legítima,
teniendo en cuenta que: se considera ventaja legítima todo aquello que no sea
manifiestamente ilegal.”
El libro de Wallace también nos recomienda que, uno debe
convertirse en el alma de la partida casera (o amistosa), que uno debe procurar
ganarse la fama de servicial y al mismo tiempo una imagen de imparcialidad.
Continúa diciéndonos que debe hacerse cargo de las pequeñas cosas
y decisiones. Solamente así conseguirá al final decidir en las grandes, en las
importantes y elegir de esta manera el lugar, la hora e incluso la comida.
Lo más gracioso es la manera que él propone para conseguir todo
eso tan difícil. El método es lo que él llama “el viejo truco de hervir una rana”. No hay que meter la rana en agua caliente,
porque escapará de un salto. Se mete en agua fría y se va calentando muy, muy
despacio.
A continuación David Mamet nos enseña algo que yo siempre procuro
llevar a la práctica. Y es que uno puede aprender de cualquier cosa enseñanzas
que te pueden servir para lo más insospechado. De esta manera Mamet llega a una
conclusión muy interesante basándose únicamente en un libro para entrenar
perros, “El perro doméstico”
de Richard Wolters.
La conclusión del libro es obvia, y lo es tanto que puede pasar
desapercibida. “Para adiestrar al perro hay que
ser más listo que él, anticipándose a sus necesidades y aprovechando sus
querencias”. Mamet afirma muy convencido que solamente así
evitaremos “el menos apasionante de los
Descubrimientos Familiares: descubrir quién es el que manda”.
Pero de todas estas recomendaciones, la que a mí me parece más
útil es la que sin temblarle la lengua, nos ofrece Herbert Yardley: “Echa un
vistazo a la mesa y averigua quién es la Víctima ; si no puedes localizarla, es que eres
tú”.
En este sentido y a estas alturas creo que queda muy claro que uno no puede ganar si no está dispuesto a perder. Y que aunque el propósito sea ganar “todo el dinero”, es conveniente también dar buenas propinas. Solamente así comprenderemos bien la historia que nos cuenta y que circulaba en su niñez y tratar al mismo tiempo de entender que una de las claves de la vida es precisamente esa, dar buenas propinas.
En este sentido y a estas alturas creo que queda muy claro que uno no puede ganar si no está dispuesto a perder. Y que aunque el propósito sea ganar “todo el dinero”, es conveniente también dar buenas propinas. Solamente así comprenderemos bien la historia que nos cuenta y que circulaba en su niñez y tratar al mismo tiempo de entender que una de las claves de la vida es precisamente esa, dar buenas propinas.
Esa historia nos dice que a un gran jugador llamado Thomas Preston
(Amarillo Slim) que jugaba en Arabia, la mafia le propuso protección y la
garantía de cobrar sus ganancias a cambio de un 25 % de ellas. Slim aceptó sin
pensárselo dos veces. La razón, decía ése Slim, era que siempre es mejor jugar
tranquilo, que con el ánimo alterado.
Mamet termina citando a un tal Andrews, para justificar sin
sofismas esta retahíla de anécdotas afirmando por boca de ése gran jugador que:
“lo anterior puede servir de advertencia a
los incautos carentes de malicia y puede inspirar a los habilidosos,
enseñándoles artimañas…
Pero no volverá crueles a los inocentes, ni transformará en un
profesional al que juega para pasar el rato; ni hará listos a los tontos, ni
reducirá la cosecha anual de primos”.
Pero David Mamet sí que realmente termina el capítulo, al
reconocer que en realidad ya no juega a las cartas, y que se está acercando a
la edad que tenía su padre cuando le hizo aquella pregunta cargada de ironía. Tal
vez por eso nos aconseja en su última frase que: “Fíate de todo el mundo, pero corta la baraja”.
Nosotros diremos poca cosa más. Nos limitaremos ha constatar la
evidencia histórica que los anglosajones, aunque tal vez no sean los mejores,
cuando se trata de explicar la cruda realidad, no los gana nadie. Al menos eso
era así hasta no hace mucho. La expresión “mierda
de toro”,
es una buena prueba de ello.
Me gusta su contundencia.
Y afirmar también, que más veces de las que desearíamos, nos las
hemos de ver con un buen pedazo de mierda de toro entre las manos. O… tener que
besar por obligación, o por equivocación, el culo de un toro. Desgraciadamente
yo he tenido que besar más de uno a lo largo de mi vida. Sin embargo no me
consuela saber también que los culos de las vacas no son mejores, la verdad es
que no lo son. Lo sé.
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