Saul Steinberg, el lebrel obeso. (3 de 11)
Saúl Steinberg era rumano de nacimiento, pero era también
judío, y encontró, como muchos de sus compatriotas, la mejor patria en los
Estados Unidos de Norteamérica, este extraño país al que siempre sobrevuela
amenazadora la sombría y sanguinaria ave del fascismo (anécdota contada por
Xavier Rubert de Ventós) pero que curiosa e invariablemente termina aterrizando
en Europa una y otra vez.
Nuestro padre trabajó para un judío de origen rumano que
llegó a España huyendo de los nazis, se enriqueció gracias a diversos negocios
que emprendió con buena fortuna y mejor acierto, pero un día nos dieron la
trágica noticia que se había disparado un tiro en la sien al perder toda su
fortuna en las cartas, según parecía era jugador y nadie lo sabía y nadie tampoco
habría podido imaginar tal cosa, la primera y gran sorprendida fue su esposa
que se quedó en la indigencia cargada de deudas que no eran suyas.
En casi todos los lugares las cosas siempre parecen lo que
son aunque nos pensemos que tienen otro semblante. Tal vez por ello: “El
dibujo demuestra, si es que fuera necesario demostrarlo, que nuestra reacción
ante la representación pictórica es bastante independiente del grado de
realismo. Es una función de nuestro entendimiento, y supone un enorme esfuerzo
inhibir nuestro entendimiento y ver únicamente tinta”. (“Temas de nuestro
tiempo. El ingenio de Saúl Steinberg”, E. H. Gombrich. Debate, 1997)
Con la realidad sucede exactamente igual, nuestra reacción
ante ella siempre es independiente de su “grado de realismo” porque también es
en buena parte una función de nuestro entendimiento. La obra de Steinberg apela
directamente, y de una manera explícita, a esta función usando para ello todos
sus recursos y sus archivos almacenados en nuestra memoria como una parte del
patrimonio común. Sus dibujos ponen de manifiesto un hecho capital: que escribir
es una forma de leer, y que la realidad no solamente permite interpretarla,
sino también explicarla y por ende reconstruirla. Steinberg lo consigue como si
la realidad fuera el texto que un grafólogo ha de interpretar y sus dibujos tan
legibles como lo son las recetas de un médico con buena letra.
Un elemento consustancial con la actividad humana es el de
la planificación que en el caso del dibujo toma forma con lo que llamamos
boceto. Toda obra tiene un proceso que normalmente se nos esconde por
considerarlo irrelevante frente al resultado final. No es así, en el mismo
transcurso de su ejecución está la obra terminada y terminándose, el boceto es
una prueba de ese desarrollo que las obras de Steinberg no nos hurtan pues en
ellas vemos el inicio y el término.
E. H. Gombrich, en “Temas
de nuestro tiempo”, obra que ya hemos citado en unos párrafos anteriores, y
en el capítulo “Los artistas en su tarea:
compromiso e improvisación en la
historia del dibujo”, hablando de Leonardo da Vinci nos comenta de su osada
creación continua que expresan sus dibujos y bocetos al referirse al
sentimiento que embargaba al pintor italiano que creía que siempre era posible
empezar de nuevo. No me atrevo a suponer que Steinberg pensara de la misma
manera, pero sí quiero creer que sus obras nunca están concluidas del todo
porque siempre queda en ellas un espacio virgen para ser rellenado o una línea
que rectificar. Él mismo nos dice algo parecido aunque no igual al contarnos
que los buenos dibujos no deben de estar bien equilibrados, en ellos, pensamos
nosotros, debe vivir también la duda cartesiana como si fueran una máquina que
hay que mantener en buen estado para que no se oxide, revisarlas constantemente
cada vez que las contemplamos.
Las buenas obras de arte no son entidades mudas, siempre
hablan el lenguaje del presente, son una realidad que nos interpela, otra cosa
es que nosotros sepamos leer sus labios.
Como buen artista gráfico Steinberg mantuvo una fértil y
estimulante relación con la palabra incorporando su etimología visual como
elemento literario y onomatopéyico. Nunca cayó en el estéril ideal de pureza
que configura buena parte del arte contemporáneo y que bien define E. H.
Gombrich: “la libertad de la imagen ante la intromisión o la contaminación
de las palabras” (“Temas de nuestro tiempo. Imagen y palabra en el
arte del siglo XX”, E. H. Gombrich. Debate, 1997)
Para Steinberg las palabras son también imágenes, ellas
permiten enriquecer sus obras al dotarlas de un abundante arsenal de
referencias cruzadas con las figuraciones representadas. Las palabras están
escritas porque están antes dibujadas en una deconstrucción sencilla y llena de
significados y metáforas visuales, en muchos casos autoalusivas que mueven a la
reflexión siempre irónica y mordaz, la mejor manera de pensar.
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