El Lebrel Obeso. (5 de 11)
Las figuras de Steinberg son emblemas, están desprovistas de
personalidad aunque puedan ser caricaturas, por ello son especialmente irónicas.
La ironía es uno de los rasgos fundamentales del arte contemporáneo que no es
capaz de fundar nuevos principios ni aperturas, solamente finales. Pero, al
menos, la buena ironía nos salva del mal gusto, del kitsch, que cabalga victorioso.
No obstante la representación contemporánea ya no consiga
ser mítica, ni tampoco lo intente, la parodia es el único camino que le queda
fuera de la abstracción y de la falsificación para obtener sentido y ofrecer al
espectador algún tipo de significación. Aunque su fondo siempre se “fundamente”
en la parodia no es la obra de Steinberg, sin embargo, ninguna copia a pesar
también de ser toda ella un museo ambulante con continuas referencias
históricas y museísticas.
En este sentido, muchas de sus figuras se encuentran más
allá de otro de los extremos de la historia pictórica de Occidente: el cubismo,
que oficializa el espejo roto, son post-cubistas sin haberlo sido nunca.
Sin tanta grandilocuencia picasiana, Steinberg, logra
situarse a medio camino del malagueño y de los dibujos de Heinz Edelman y su
“Yellow submarine”; entre la gran pintura y el dibujo contemporáneo que nace
gracias a la publicidad y el diseño gráfico hallamos el espacio natural de Saúl
Steinberg, el de la máscara, cuando, como afirma Arnold Hauser, “el
sentido de la personalidad desaparece junto a la inaudita significación de ser
hombre”. (Arnold Hauser, op. cit.)
A medio camino también de Harriman y de Walt Disney, de
Kracy Cat y de Micky Mouse... y de muchos más.
“Se
tiene la necesidad de ser libre, de empezar por tener sueños de invisibilidad,
el poder de desaparecer en los ojos de los demás, más tarde, se comprende que
la soledad también nos convierte en invisibles y que una de las cosas
esenciales de la vida es amar la soledad. En el curso de esta toma de
conciencia, se deviene otro; no estando controlado ni observado se puede dar a
la propia vida una evolución que corresponde a su lógica interna y no pública o
política, lo cual es el caso más corriente y propiamente criminal, es en este
sentido que la influencia colectiva y política literalmente nos asesina: se es
cada vez menos uno mismo”. (Jean Fremon, op. cit.)
Esta una respuesta de Steinberg a una pregunta relacionada
con sus máscaras, como si ellas fueran escudos que nos salvaguardaran de esta
aniquilación a la que la colectividad nos somete y que nos impide llevar una
“vida lógica”.
No nos remitiremos a la influencia de la época, a los años
70 del pasado siglo, en los que fueron dichas tales palabras, tampoco
recurrimos a la etimología griega que refiere el sentido de máscara al de
“persona”, pero sí haremos hincapié en el significado de la soledad como
garante de la propia personalidad y la necesidad de llevar un escudo que nos
proteja de los ojos de los demás. Es una paradoja, una más, que la
invisibilidad nos aniquile y nos resguarde al mismo tiempo.
¿Quién hoy en día retrata?, fuera de los fotógrafos, en los
bautizos y las bodas, bien pocos, no hay nada que retratar, según parece debemos
de ser todos invisibles, ¿vivimos sin antifaz?
¿El único retrato genuino, que permanece y que tiene sentido
en nuestro mundo paródico, es el forense?
¿El populismo democrático de nuestra contemporaneidad que
nos hace a todos iguales nos convierte al mismo tiempo en invisibles?
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