Saul Steinberg, el lebrel obeso. (1 de 11)
En multitud
de ocasiones hemos mencionado la metáfora de Borges que refería la línea como el
laberinto perfecto. También hemos descrito la manera correcta de asir una
cuchilla peletera para cortar, con el índice y el pulgar, pieles curtidas, gesto
artesano que difiere muy poco de cómo se ha de coger el lápiz, la pluma o el
pincel.
La aguja y
el hilo.
Asimismo
recordamos a menudo que nos enseñaron a escribir con plumilla, untando con ella
la tinta china de un tintero blanco de porcelana. La tinta era espesa, untuosa,
diluida acuarelaba virando al gris y aguando la cartulina. El estilete se
hundía en ella y por osmosis retenía en su hendidura el pigmento líquido y
negro. Nuestra poca destreza nos hacía, más veces de las convenientes, emborronar
el papel en lugar de trazar líneas bien dibujadas.
Cuando de
pequeños nuestro padre nos ayudaba, sombreaba a lápiz algunas nubes, esa parte
algodonosa que al estar de cara al suelo, y no recibir la luz del cielo, se
hace más oscura y redonda, como un odre lleno de agua o de vino.
Luego había
que rellenar los espacios en blanco con los lápices de colores de nuestro plumier que los contenía
todos aunque siempre faltara alguno. Dejar también zonas vacías, el hueco sin
pintar era la clave, la clave de la vuelta que terminaba el dibujo sin
acabarlo, pues nada concluye ni finaliza aunque no haya nada más que decir, es
una manera sutil de respirar sin hablar, de mirar callado.
Saúl
Steinberg tiene esos espacios en blanco y esos volúmenes grises entre cosas con
apariencias dispares consigo mismas. Todo es lo que parece en sus dibujos
aunque su aspecto sea diferente de aquello que uno hubiera imaginado podía ser,
sin embargo, los reconocemos porque en alguna parte de nosotros existe algún lebrel
obeso, la avenida principal de una ciudad inexistente o una pareja besándose en
un salón de grandes ventanales.
Saúl Steinberg fue un afamado y brillante
artista gráfico, judío de origen rumano. Nació el 15 de junio de 1913 en
Bucarest, estudió filosofía en su país natal y arquitectura en Italia, de la
que tuvo que marcharse a consecuencia del fascismo. Haciendo escala durante un
año en la República Dominicana ,
llegó en 1942 a
los Estados Unidos de Norteamérica de la mano de la revista The New Yorker.
Su obra es una prueba fehaciente y ejemplar
del mejor arte gráfico contemporáneo, de aquél que trata de resumir en sí mismo
la tradición de la que emerge, que la acoge sin rechazarla y que nos la muestra
redicha por sus propios ojos que intentan ser también los nuestros.
Sus más preciados instrumentos fueron su
saber, los profundos conocimientos que poseía sobre Historia del Arte, su sólida
técnica particular, elaborada y trabajada sin descanso, dibujando mil veces el
mismo perfil, y su aguda y fina ironía. Nada es igual con humor porque es la
manera más certera y elegante de explicar la dimensión de la tragedia sin caer
en la queja ni en el lamento de tanto artista mediocre y corriente que busca la
trascendencia. Saúl Steinberg fue un hijo de su época al mismo tiempo que una
persona completamente madura que sabía que a pesar de no haber escapatoria
siempre queda algo por decir.
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