Amor
y hierro. (2 de 7)
La
ilustración gráfica es un universo inagotable en su variedad, riqueza y valor
visual. Su bondad se halla en una supuesta dependencia o servidumbre al estar
ligada a una necesidad externa a ella misma que no es invisible, servir de
soporte, ser un medio para un fin ajeno a su propia naturaleza plástica y responder
de una manera directa y clara, sin eufemismos, a una exigencia funcional frente
a un cliente con nombre y apellidos y a un auditorio con muchos rostros,
ninguno de ellos anónimo.
El
dibujo impreso está al servicio de un objetivo claro que no pende en el vacío
como sí lo hace la creación libre, globo aerostático donde todo puede servir
bajo los sacrosantos valores de la “expresión libre y personal”.
¿Todo
vale?, si todo valiera no nos importaría ni nuestra propia vida.
El
dibujante, el ilustrador, es un creador que al tener siempre en cuenta la
demanda y el uso específico de su obra la convierte en el otro cabo de una
cuerda que liga y no ata, ni cuelga en forma de soga de la rama de ningún
árbol. La ilustración no es autónoma,
como el narrador en un escenario, está al servicio de un texto literario, es un
intérprete.
Cuando
unos sirven a otros debería aparecer en los primeros la humildad, la del
iluminador, la del escenógrafo, la del sastre que viste a los actores, la del
peluquero, la del tramoyista, incluso la del músico, pero... en la Ópera casi
todo gira alrededor de la música y en las tiras gráficas del dibujo. En ambas la historia importa poco, es un mero
pretexto para otra clase de alarde.
En
antiguas estelas sumerias ya encontramos relatos contenidos en una sola imagen.
También en vasijas griegas, y en tapices medievales como el de Bayeux casi
miramos, como en los mecánicos Zoetropes, el paso del tiempo. Estampas,
aleluyas, aucas, historietas, todas ellas cuentan un extraño rosario en la que
cada viñeta es una perla, un guiño. Gutemberg abrió las puertas y las ventanas
de una casa llena de espejos y cristales a cualquiera que quiera mirar. A todos
ellos los ensarta una aguja que enfila un hilo que cose una herida, una grieta
solar. Ilustraciones, dibujos, grabados, apuntes, notas, cuadernos de viajes,
sencillas acuarelas, y más tarde, mucho después, fotografías que necesitan
vivir al lado de un poema.
En
ese difícil equilibrio se halla otro mérito del Arte, el del complemento, el
contrapunto, el añadido, la ilustración, el pie de foto. ¿Alguien se imagina
otro aspecto de “El Quijote” sin los grabados de Gustave Doré?
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