Amor
y hierro. (5 de 7)
¿Las
máquinas son nuestro hermano gemelo que no llegó a nacer? ¿Nos falta la otra
mitad de nosotros mismos?
Maniquís
de escaparate, figuras de belenes, santos y vírgenes de madera, polichinelas de
trapo, soldaditos de plástico, de barro o de plomo, muñecas hinchables y
espantapájaros. La lista sería interminable.
Y
el sempiterno osito de peluche.
¿Lo
similar apela y llama a lo que se le parece?
Los
seres invisibles no tienen apariencia, pueden ser un simple trozo de pan o un
sorbo de vino. También un bosque, una fuente, un río, incluso una montaña o una
tormenta desatada, el cielo y el mar.
Sin
embargo, la similitud física y formal con nosotros, los seres humanos, no es
trivial ni es tampoco ninguna anécdota simple ni fuera de lugar. La ayuda y la
muleta, la conversación y la compañía que nos proporcionan siempre son
necesarias, todas ellas dibujan un camino de doble vía en el que la comunicación
silenciosa debería ser un requisito indispensable. Pero, ¿qué clase de
comunicación?, ¿un simple acomodo?, ¿una eficaz ergonomía en los cuerpos?, ¿una
mera información práctica, útil, funcional?, ¿una nota, un parte?
¿Una
orden?
Cualquier
imagen es un tratado filosófico, un artilugio pensante y maquinal que
representa al mundo en su lugar.
¿Las
personas son máquinas, o las máquinas son personas?, ¿tienen derechos igual que
los animales?, ¿deben votar en unas elecciones como hacen perros, gatos y boas
constrictor?
La
máquina nos interpela continuamente sobre el otro que tenemos fuera o dentro de
nosotros.
¿La
máquina es un feto, una criatura informe que expulsamos sin miramientos porque
no se parece a nada, como si fuera un pez?, ¿o hemos de permitir que nazca y
que pague impuestos?
¿Es
factible la inteligencia artificial?, ¿lo es la natural?, ¿ambas son una
quimera?, ¿una simple tesis?, ¿una
invención?
¿Las
máquinas tienen plumas o escamas?
¿Hemos
de pedir que una máquina sea inteligente para acostarnos con ella o no es en
absoluto necesario como tampoco lo es cuando lo hacemos con un semejante vivo,
humano o animal?
Todas
ésas son preguntas que me perturban y me desasosiegan más de lo debido cuando
cada noche rompo las monodosis de lágrimas artificiales que mis ojos enfermos
necesitan para no resecarse y seguir viéndose a sí mismos en los ojos de los
demás.
¿Soy
yo el que me mira desde el espejo o es mi ángel de la guarda? ¿Es un TBO?
Cuando
era joven y sano pensaba que la vida era una consecuencia lógica del amor, el
secreto de una lo era del otro y viceversa, un hallazgo, una casualidad, una
sugerente conversación perspicaz y sutil que debía desarrollarse entre seres
libres e iguales, una danza, un afortunado cóctel de palabras y de gestos, de
caricias, un intercambio, una ofrenda sagrada en un diálogo común y
estimulante, rico y provocador que lograba encender el sol y llenar mi vida de
alegría. Pero...
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