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dimecres, 17 d’agost del 2016

Bullshit y El Gato viejo (y 2)

4 Octubre 2007

Bullshit y El Gato viejo (y 2)


De momento dejaremos a las prostitutas tranquilas y nos centraremos en el tahúr.
Y de esa forma aprovecharemos de paso, para hablar de otro delicioso libro, llamado “La ciudad de las patrañas” del director de teatro y de cine norteamericano David Mamet, y más concretamente de su primer capítulo. “Joyas de la biblioteca de un jugador”.

En 1.987 Mamet dirigió una muy buena película titulada, “The House of Games”, interpretada por Lindsay Crouse y Joe Mantenga. Ella interpreta a una psiquiatra que se ve atrapada, casi por propia voluntad, en las redes de unos estafadores y jugadores de ventaja.

El mismo David Mamet nos cuenta de él una pregunta aparentemente insignificante que su padre le formuló, al anunciarle una tarde, que iba a jugar a las cartas.

“¿Todavía juegas?”, le preguntó. ¿Tenía esa pregunta algún significado escondido? Mamet se responde y nos indica que: “Lo que mi padre quiso decir fue lo siguiente: ¿Todavía necesitas las restricciones artificiales de un juego de reglas fijas? ¿Todavía necesitas un campo delimitado, y no te das cuentan de que el Juego tiene lugar constantemente a tu alrededor?”
Así pues, hemos de saber determinadas cosas sobre la realidad de la vida que las cartas nos pueden enseñar para poder salir, más o menos, bien librados de ella. Mamet hace una muy buena relación de consejos, avisos y anécdotas.

Empezaremos recordando que Ricky Jay, uno de sus actores preferidos, en su libro, “Las cartas como armas”, nos advierte que: “Las artes marciales siempre han insistido en el control espiritual basado en la destreza física y mental: Los juegos de cartas se prestan maravillosamente bien a este proceso”.

Continuaremos con los hermanos Bert y Bart Maverick y leeremos en su libro de título poco original, “El póquer según los Maverick”, una buena anécdota: “Un forastero entra en una partida de póquer y liga una escalera de color. Apuesta y pone todo su dinero en la mesa. Su adversario enseña un dos, un cuatro, un siete, un nueve y una sota de distintos palos y empieza a arramblar con el dinero. Nuestro amigo, incrédulo, señala su escalera de color y protesta. El otro señala un letrero en la pared que dice ‘2-4-7-9-sota hacen un Gato Viejo. El Gato viejo gana a todo.’”

La conclusión de los hermanos Maverick es la siguiente:

1) “Hay que conocer las reglas.
2) Cuando algo es demasiado bueno para ser cierto es que no es cierto.
3)Cuando juegas el juego de otro lo más seguro es que acabes pagándole.”

Son buenos consejos, sin duda, y también lo son los que nos regala Herbert Yardley en, “La educación de un jugador de póquer”, cuando afirma sin pestañear que:

A) “Si no tienes nada, retírate.
B) Si te van a ganar, retírate.
C) Si tienes la Mejor Jugada, hazles pagar.”

Naturalmente, para que todo ello sirva de algo hemos de ser conscientes para qué estamos jugando. Y eso nos lo recuerda Frank Wallace en, “Conceptos avanzados del póquer”.
El señor Wallace deja bien claro que: “El objetivo del juego es ganar dinero. El buen jugador ha de querer ganar “Todo el dinero”, y que para logarlo debe: “Aprovechar cualquier ventaja legítima, teniendo en cuenta que: se considera ventaja legítima todo aquello que no sea manifiestamente ilegal.”

El libro de Wallace también nos recomienda que, uno debe convertirse en el alma de la partida casera (o amistosa), que uno debe procurar ganarse la fama de servicial y al mismo tiempo una imagen de imparcialidad.

Continúa diciéndonos que debe hacerse cargo de las pequeñas cosas y decisiones. Solamente así conseguirá al final decidir en las grandes, en las importantes y elegir de esta manera el lugar, la hora e incluso la comida.

Lo más gracioso es la manera que él propone para conseguir todo eso tan difícil. El método es lo que él llama “el viejo truco de hervir una rana”. No hay que meter la rana en agua caliente, porque escapará de un salto. Se mete en agua fría y se va calentando muy, muy despacio.

A continuación David Mamet nos enseña algo que yo siempre procuro llevar a la práctica. Y es que uno puede aprender de cualquier cosa enseñanzas que te pueden servir para lo más insospechado. De esta manera Mamet llega a una conclusión muy interesante basándose únicamente en un libro para entrenar perros, “El perro doméstico” de Richard Wolters.
La conclusión del libro es obvia, y lo es tanto que puede pasar desapercibida. “Para adiestrar al perro hay que ser más listo que él, anticipándose a sus necesidades y aprovechando sus querencias”. Mamet afirma muy convencido que solamente así evitaremos “el menos apasionante de los Descubrimientos Familiares: descubrir quién es el que manda”.

Pero de todas estas recomendaciones, la que a mí me parece más útil es la que sin temblarle la lengua, nos ofrece Herbert Yardley:  “Echa un vistazo a la mesa y averigua quién es la Víctima; si no puedes localizarla, es que eres tú”.

En este sentido y a estas alturas creo que queda muy claro que uno no puede ganar si no está dispuesto a perder. Y que aunque el propósito sea ganar “todo el dinero”, es conveniente también dar buenas propinas. Solamente así comprenderemos bien la historia que nos cuenta y que circulaba en su niñez y tratar al mismo tiempo de entender que una de las claves de la vida es precisamente esa, dar buenas propinas.

Esa historia nos dice que a un gran jugador llamado Thomas Preston (Amarillo Slim) que jugaba en Arabia, la mafia le propuso protección y la garantía de cobrar sus ganancias a cambio de un 25 % de ellas. Slim aceptó sin pensárselo dos veces. La razón, decía ése Slim, era que siempre es mejor jugar tranquilo, que con el ánimo alterado.

Mamet termina citando a un tal Andrews, para justificar sin sofismas esta retahíla de anécdotas afirmando por boca de ése gran jugador que: “lo anterior puede servir de advertencia a los incautos carentes de malicia y puede inspirar a los habilidosos, enseñándoles artimañas…

Pero no volverá crueles a los inocentes, ni transformará en un profesional al que juega para pasar el rato; ni hará listos a los tontos, ni reducirá la cosecha anual de primos”.

Pero David Mamet sí que realmente termina el capítulo, al reconocer que en realidad ya no juega a las cartas, y que se está acercando a la edad que tenía su padre cuando le hizo aquella pregunta cargada de ironía. Tal vez por eso nos aconseja en su última frase que: “Fíate de todo el mundo, pero corta la baraja”.

Nosotros diremos poca cosa más. Nos limitaremos ha constatar la evidencia histórica que los anglosajones, aunque tal vez no sean los mejores, cuando se trata de explicar la cruda realidad, no los gana nadie. Al menos eso era así hasta no hace mucho. La expresión mierda de toro, es una buena prueba de ello.

Me gusta su contundencia.


Y afirmar también, que más veces de las que desearíamos, nos las hemos de ver con un buen pedazo de mierda de toro entre las manos. O… tener que besar por obligación, o por equivocación, el culo de un toro. Desgraciadamente yo he tenido que besar más de uno a lo largo de mi vida. Sin embargo no me consuela saber también que los culos de las vacas no son mejores, la verdad es que no lo son. Lo sé.

dilluns, 15 d’agost del 2016

Bullshit y El Gato Viejo (1 de 2)


3 Octubre 2007

Bullshit y El Gato Viejo (1 de 2)


Me siento afortunado de tener como buena vecina a una mujer que, como yo, intenta llevar a delante una tienda. En su caso es una librería pequeña y muy especializada en un tema que ahora no viene al caso. Es una muchacha encantadora y simpática, reservada, pero de conversación amena. Periódicamente nos visitamos y charlamos, y ella siempre tiene la delicadeza de regalarme un ejemplar de una revista que edita, junto con más colaboradores.
Cada dos o tres meses, pasa por mi tienda y me encarga presupuestos de pantalones, chaquetas o camisas de cuero a medida, para ella misma o para amigos a los que quiere hacer un regalo.

El último de esos posibles regalos era una corbata de cuero negro, estrecha y con un pespunte de hilo blanco en su centro y a todo lo largo, dijo que era para una amiga. Las mujeres están muy hermosas y sexis cuando se visten de hombre, y si además es con cuero negro todavía mejor.

La cuestión importante, sin embargo,  es que ninguno de estos “regalos” o encargos ha llegado a materializarse. Nunca.

¿Será que soy caro?, no, si lo fuera no insistiría y además a ella casi se lo vendo al coste. No soy caro. Al mismo tiempo, después de cada consulta y después también de recibir mi presupuesto, no responde nunca, ni sí, ni no. No responde nada a no ser que yo pregunte. Ya no lo hago, pero al principio sí preguntaba. Entonces sus palabras eran evasivas, dilatorias y vagas, posponiéndolo todo a una futura respuesta que nunca se producía. Ahora me limito a escuchar lo que quiere, la atiendo lo mejor que sé, le enseño calidades, colores y le hago el presupuesto, que ella recibe contenta y agradecida, prometiéndome siempre que en pocos días me dará una respuesta. La respuesta nunca se produce, ni yo la espero ya.

Esta es una circunstancia un poco fastidiosa, pero inocente. Nadie resulta dañado, ni poco ni mucho. Sin embargo, eso no es óbice para que llamemos a las cosas por su nombre, y a eso se le llama “bullshit”.

A eso y a otras cosas.

Harry G. Frankfut, uno de los moralistas norteamericanos más importantes, tiene un librito delicioso titulado así, “On Bullshit”. Su lectura es recomendable, instructiva y muy amena.
La traducción correcta a nuestra lengua de Bullshit es “charlatanería”. Frankfurt casi identifica eso que él llama “charlatanería” con “paparrucha”, en inglés “humburg”, y con la definición que de esta última hace Max Black en, “The prevalence of humburg”.

De ella dice Black:

Paparrucha: tergiversación engañosa próxima a la mentira, especialmente mediante palabras o acciones pretenciosas, de las ideas, los sentimientos o las actitudes de alguien.”
Nosotros pensamos que se debería tener en cuenta la palabra patraña, aunque ésta, quizás, esté demasiado cercana a la mentira y a la invención fabulosa.

Frankfurt advierte la importancia clave de que cuando alguien tergiversa cualquier cosa, ha de estar forzosamente tergiversando también su propio estado de ánimo.
Él dice: “Es posible por supuesto, que uno tergiverse solamente eso (por ejemplo, fingiendo que tiene un deseo o un sentimiento que realmente no tiene)” Y continúa diciendo que en el supuesto de una mentira o de cualquier otra tergiversación, lo está haciendo de dos cosas al mismo tiempo, la cosa en sí tergiversada y su estado de ánimo.

Para profundizar en su “investigación” Frankfurt recurre a Wittgenstein (como casi todo el mundo) cuando éste cita un poema de Longfellow:

In the elder days of art
Builders wrought with greatest care
Each minute and unsee part,
For the Gods are everywhere.

La cita es muy pertinente al querer resaltar el trabajo mal realizado y descuidado como análogo a la charlatanería. Ella es poco exigente, nos dice, y no busca la perfección. Es zafia.
En España tenemos un libro muy interesante de Oscar Tusquets “Dios lo ve”, dedicado precisamente al trabajo bien hecho.

Frankfurt nos recuerda que la palabra shit (mierda), de bullshit, no es precisamente un producto de diseño, es algo expelido, expulsado, echado y filtrado, limpio de alimento. El charlatán es un lanzador de mierda, en el sentido de desprenderse de algo. Un enunciado al que le ha quitado la verdad. Su actitud es laxa, desaliñada.
Wittgenstein fue una persona muy especial en su lucha contra el sin sentido, nos señala Frankfurt. Un caso extremo, muy extremo, es la anécdota que su amiga Fania Pascal relata en: “Wittgenstein: A Personal Memoir”: “Me acababan de extirpar las amigadlas y me hallaba en el Evelyn Nursing Home con el ánimo por los suelos. Entonces llamó Wittgenstein. Yo gruñí: “Estoy como un perro al que acaban de atropellar”. Él respondió con fastidio: “Tú no tienes ni idea de cómo se siente un perro atropellado””.

Indudablemente Wittgenstein era un bromista sin sentido del humor, algo siempre muy penoso y desagradable. Él no sabe entender que su amiga únicamente trata de hacer una hipérbole, una simple metáfora. También pensamos que Frankfurt habría de haber elegido un ejemplo mejor, más ajustado a lo que él trata de dilucidar y explicarnos. Pero elige ése, invitándonos casi, a utilizarlo solamente como ejercicio retórico, y a olvidarnos de la nula capacidad que Wittgenstein manifiesta para interpretar una simple figura poética.
Así lo haremos, seguiremos el juego del señor Frankfurt, y señalaremos de pasada una obviedad, que la inteligencia es un prisma con múltiples caras y Wittgenstein es una buena prueba de ello, le falla una de las caras.

Así pues, para lo que hace al caso y según Frankfurt. “la cuestión es más bien que, hasta donde Wittgenstein puede ver, Pascal ofrece una descripción de un cierto estado de cosas sin atenerse verdaderamente a las exigencias que impone la empresa de brindar una adecuada representación de la realidad. Su falta no estriba en que no logre presentar las cosas correctamente, sino que ni siquiera lo intenta”.

“A ella no le interesa el valor veritativo, es ajena a todo interés por la verdad, por eso no considera que esté mintiendo; pues ella no presume de conocer la verdad y su afirmación no se basa ni en la creencia de que es verdadera como correspondería a la mentira”.

“Es precisamente esa ausencia de interés por la verdad –esa indiferencia ante el modo de ser de las cosas- lo que yo considero la esencia de la charlatanería”, Dice Frankfurt.
También nos señala muy acertadamente, que cuando se miente de una manera eficaz, el mentiroso debe necesariamente conocer la verdad. En cambio el charlatán no miente respecto a los hechos y sí sobre su propósito, tergiversa su intención. Para el charlatán, la verdad no tiene importancia, ni siquiera sabe qué es, prescinde de ella y de “cómo son realmente las cosas de las que habla”.

“Es imposible mentir si uno no cree conocer la verdad. Producir charlatanería no requiere semejante convicción. Una persona que miente está respondiendo a la verdad y en ese sentido, es respetuosa con ella”. Pero el charlatán, “No rechaza la autoridad de la verdad, ni se opone a ella. No le presta ninguna atención en absoluto. Por ello la charlatanería es peor enemigo de la verdad que la mentira”

Frankfurt concluye que la charlatanería aparece inevitablemente siempre que se exige a alguien a hablar de lo que desconoce. Y yo añadiría que es así y que esa es la razón por la que todos somos algo charlatanes cuando hablamos de nosotros mismos. La tentación de mentir, charlatanear y farolear sobre nosotros es grande, pues tal vez es la única cosa que podemos hacer respecto a nosotros mismos.

Aquí hemos introducido un concepto nuevo, “farolear”, más cercana a la charlatanería que a la mentira, al haber en ella un propósito de falsificación más que de falsedad. Frankfurt distingue ambas cosas cuando afirma que una falsificación no tiene que ser necesariamente inferior a la cosa real. La mentira sí lo es. Lo que no es auténtico no tiene por qué que ser defectuoso, nos viene a decir Frankfurt.

Llegados a este punto uno no puede evitar hacer un elogio de la prostituta y del tahúr. Ambos son charlatanes, aunque los beneficios o desgracias que nos pueden aportar cada uno son bien distintos.