"WHAT YOU SEE IS WHAT YOU GET"

dijous, 6 d’octubre del 2016

Saul Steinberg, el lebrel obeso. (2 de 11)



Saul Steinberg, el lebrel obeso. (2 de 11)

En el número 30 de “repères, cahiers d’art contemporain”, en una interesante y muy amena entrevista que le realizó Jean Fremon, Saúl Steinberg nos cuenta, aprovechando su extenso conocimiento de otros artistas y pintores, y gracias también a su peculiar humor judío, tan inteligente como cínico y sarcástico, su punto de vista de las cosas de este mundo, y del arte en particular.

A propósito de Barnett Newman, Steinberg nos dice que siempre se preocupaba por la dignidad física del artista y que procuraba dar consejos para mantenerla y no permitir su deterioro. Para ello recomendaba llevar siempre corbata y no dejarse jamás fotografiar riendo. Es curioso que eso lo dijera alguien que pintaba abstracción aunque fuera enmarcada en el llamado “expresionismo abstracto”, un casi, pero muy bello y logrado, oxímoron.

Como todo el mundo puede darse cuenta, ese es un consejo que hoy en día nadie sigue, la corbata está en desuso y todos ríen en las fotografías “incluso o excepto” los que no saben posar o no son fotogénicos. Todos ríen y nadie sabe por qué.

Sobre Picasso, Steinberg dice que el pintor español pensaba que lo esencial para un artista es parecerse a sí mismo, ¿eso qué es?, ¿cómo se consigue?, intentando que su trabajo se le parezca, afirmaba el genio, o dicho de otra manera, que el rostro de un artista sea una especie de autorretrato, y que para ese artista, su propio rostro se convierta en un ensayo crítico de su obra, dice Steinberg que decía Picasso. Esa es una manera bastante alambicada y fatua de afirmar aquello tan sabido de que a cierta edad uno termina por tener el rostro que se merece, sea artista, comerciante, bandolero o taxidermista.

Steinberg continúa afirmando también en la misma entrevista que hay muchas cosas en la vida que no parecen ellas mismas. Nada más alarmante que un galgo obeso, dice. Es igual para las personas, afirma que ellas no consiguen parecerse a sí mismas excepto con la condición de llevar una vida “lógica”.

El artista no especifica en qué consiste “llevar una vida lógica”, si la vida puede “llevarse” o si las dos expresiones, vida y lógica, son contradictorias entre sí, y hasta opuestas. Pero entrevemos el significado oculto de la expresión al querer enmarcar el “lógico” como una acepción de “aparente”, cuando ambas confluyen, vida y lógica, se aparenta lo que se es y nuestro rostro termina siendo un merecimiento y no un castigo, al no ir cada uno, vida y rostro, por separado. En este sentido es importante resaltar el papel que nosotros mismos ejercemos, no sólo como nuestros propios autores, sino también como uno más de los espectadores que están sentados en primera fila contemplando la pieza teatral que estamos interpretando.

“No dibujo el semblante visible, pero sí el posible. Cada uno tiene su propia técnica. Una mujer monocroma hecha de una infinidad de beiges, un hombre que se parece a sí mismo solamente en un dibujo amateur en lápiz en el cuaderno de la escuela, otro que es una acuarela y otro que aún es un maniquí de vitrina. En invierno, las calles de Nueva York están enloquecidas (affolées) por los Dubuffets.” (Jean Fremon, “Repères, cahiers d’art contemporain”, nº 30.) (Textos entresacados en parte de: “Conversaciones con El Gordo, el peletero)

No estoy seguro de si Steinberg tiene o no razón, si se equivoca o acierta al pensar que “observar y describir el mundo, es como darse una serenata a uno mismo”. ¿Es así?, aunque cada cuál piense que conoce lo que ve, las cosas, fuera de nuestros autoengaños, hipótesis y creencias, viven su vida libre y autónoma, por eso al pintarlas o dibujarlas nos llevamos a veces sorpresas, algunas desagradables, cuando descubrimos que nada es exactamente como lo recordábamos, pero que se le parece mucho.



Saul Steinberg, el lebrel obeso. (1 de 11)



Saul Steinberg, el lebrel obeso. (1 de 11)

En multitud de ocasiones hemos mencionado la metáfora de Borges que refería la línea como el laberinto perfecto. También hemos descrito la manera correcta de asir una cuchilla peletera para cortar, con el índice y el pulgar, pieles curtidas, gesto artesano que difiere muy poco de cómo se ha de coger el lápiz, la pluma o el pincel.

La aguja y el hilo.

Asimismo recordamos a menudo que nos enseñaron a escribir con plumilla, untando con ella la tinta china de un tintero blanco de porcelana. La tinta era espesa, untuosa, diluida acuarelaba virando al gris y aguando la cartulina. El estilete se hundía en ella y por osmosis retenía en su hendidura el pigmento líquido y negro. Nuestra poca destreza nos hacía, más veces de las convenientes, emborronar el papel en lugar de trazar líneas bien dibujadas.

Cuando de pequeños nuestro padre nos ayudaba, sombreaba a lápiz algunas nubes, esa parte algodonosa que al estar de cara al suelo, y no recibir la luz del cielo, se hace más oscura y redonda, como un odre lleno de agua o de vino.

Luego había que rellenar los espacios en blanco con los lápices de  colores de nuestro plumier que los contenía todos aunque siempre faltara alguno. Dejar también zonas vacías, el hueco sin pintar era la clave, la clave de la vuelta que terminaba el dibujo sin acabarlo, pues nada concluye ni finaliza aunque no haya nada más que decir, es una manera sutil de respirar sin hablar, de mirar callado.

Saúl Steinberg tiene esos espacios en blanco y esos volúmenes grises entre cosas con apariencias dispares consigo mismas. Todo es lo que parece en sus dibujos aunque su aspecto sea diferente de aquello que uno hubiera imaginado podía ser, sin embargo, los reconocemos porque en alguna parte de nosotros existe algún lebrel obeso, la avenida principal de una ciudad inexistente o una pareja besándose en un salón de grandes ventanales.

Saúl Steinberg fue un afamado y brillante artista gráfico, judío de origen rumano. Nació el 15 de junio de 1913 en Bucarest, estudió filosofía en su país natal y arquitectura en Italia, de la que tuvo que marcharse a consecuencia del fascismo. Haciendo escala durante un año en la República Dominicana, llegó en 1942 a los Estados Unidos de Norteamérica de la mano de la revista The New Yorker.

Su obra es una prueba fehaciente y ejemplar del mejor arte gráfico contemporáneo, de aquél que trata de resumir en sí mismo la tradición de la que emerge, que la acoge sin rechazarla y que nos la muestra redicha por sus propios ojos que intentan ser también los nuestros.


Sus más preciados instrumentos fueron su saber, los profundos conocimientos que poseía sobre Historia del Arte, su sólida técnica particular, elaborada y trabajada sin descanso, dibujando mil veces el mismo perfil, y su aguda y fina ironía. Nada es igual con humor porque es la manera más certera y elegante de explicar la dimensión de la tragedia sin caer en la queja ni en el lamento de tanto artista mediocre y corriente que busca la trascendencia. Saúl Steinberg fue un hijo de su época al mismo tiempo que una persona completamente madura que sabía que a pesar de no haber escapatoria siempre queda algo por decir.